LUCIANA NARANJO |
LA AMANTE
La amante puede llamarse fruta, flor o caracol pero no
tiene nombre. Los hierbajos soportan la luz o las tinieblas. Las aves escarban
sus bulbos para arrullar su próximo nido. Todo tiene esa intención. Besar el
pubis con orfandad y olor a tierra.
La amante resuena olvidos. Despojan su piel de a
poquito. Desea, devora, ama ante la inutilidad y el desposeimiento. Su lengua
tiene una elegía. Canta para enmudecer. Destroza el prodigio de sus miedos.
Trata de ser feliz pero no lo es.
La amante puede tejer sus oportunos destrozos: el
arrebato, los remolinos, el tiempo depuesto. ¡Come naranjas con tanto placer!
Mueve su vientre, lo azota, y se desmaya.
Tiene múltiples rutas y desagües. Se desviste de ríos, es zarigüeya.
Toca la última puerta y se atreve a entrar.
La amante abraza al ritmo de Ravel. Bebe su “perfecto
amor”. Se encela y enturbia. Colibrí que se despunta y empalaga. Se despide
solitaria. Se obstina de compartir hasta que se agota de lunas en un charco.
Ahora quiere ser amada. Se despide de lo que fue su
cuerpo. Grita obscenidades al destino. Se descubre más libre que su amante.
Borra la estampa con su mano y consigue reinventarse.
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