Alejandra Solórzano. |
El retorno es un espejo borroso
Malitzín,
una siempreviva petrificada,
un viento preso.
El regreso acá implica la
infertilidad de la calma,
la lluvia del silencio,
el murmullo de dioses atormentados,
las ciénagas del terror en que
todos mojamos los pies.
Una ciénaga que no seca.
Somos dueños aún de esta tierra,
somos los pájaros del insomnio
y el pasado nos dice
que no hemos terminado de regresar.
Para entender esta condición,
veo tus ojos y los de tu niña.
Nunca nos hablaron Malitzín,
de lo que significaba el regreso,
porque nunca acabábamos de cruzar
tus ojos,
ni los de tu niña.
Quizá
nunca salimos.
Quizá
nunca llegamos.
Quizá nunca regresamos.
Incluso ahora,
dentro de las paredes de la casa
Malitzín,
buscamos huir igual que de
nosotras,
-o al
menos así lo sentíamos-
fundirnos hacinadas,
cuerpo a cuerpo,
vientre a vientre,
garganta a garganta cuando el frío
nos viste
con lo único que tiene,
cuando las estrellas no nos revelan
sus signos.
Adoramos al tiempo,
aunque a veces se muestre
incomprensible
Malitzín,
aunque a veces navegue
sin ancla por nuestra memoria.
Aunque no conozcamos ya nuestros
nombres,
pero sí el signo de la que mira en
nosotras.
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